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Dulces Andinos (II)*

jueves, 20 de marzo de 2014

Después de hora y media de camino hablando de todas las peripecias que había pasado don Wilson con la herencia para quedarse con la hacienda que íbamos a visitar paramos en Playas, una curva repleta de puestos y restaurantes de carretera a la orilla de la vía, a eso se limitaba todo el pueblo. No puede observar mas construcciones, quizás alguna muy dispersa por la ladera.
Ahí se podía comprar las mejores frutas y verduras frescas para el almuerzo que devoraríamos en cuanto llegásemos al lugar de destino.

Hay que dejarle el estomago lleno a los muchachos antes de que empiecen la recogida. Es muy pesado y hay que asegurarse de que ninguno desfallezca, ya vamos mal de tiempo y mañana quiero mandar moler el maíz.

Me dijo mi anfitrión retirándome disimuladamente de la compañía de Nuria y Luchito. Llevándome hacia otro puesto de frutas menos comunes se agarró a mi brazo y dirigiéndome a su paso me preguntó directamente:

¿Te gusta mirar todo no?
Sí claro, todas estas frutas que no conozco me atraen, las quisiera probar todas. Acerté a decirle sin darle mucha importante a su comentario.
¿Pero te gusta solo mirarlas o eres de los que tomas acción?

Su forma de preguntarlo y el vocabulario ya me puso en alerta, seguro me había pillado mirándole cuando se acomodaba el paquete manejando, pero quise seguirle el juego haciéndome el tonto y siguiendo con el tema de las frutas me hice el desentendido.

¡Ja, ja, ja, don Wilson, claro que paso a la acción, pero ahora mismo!

Con autosuficiencia y sin dar importancia a su comentario pedí una fundita a la señora del puesto y fui recogiendo las frutas que me parecían desconocidas. Guabo, poma rosa, mango verde, zapote, toronche, sidra…
Ya tenía ese nervio interior que te da cuando sabes que realmente hay posibilidades de sexo, pero el juego me gustaba quizás más que el propio sexo en sí. Era divertido creer que en el momento justo podría comerme un buen espécimen, solo era cuestión de tener paciencia y esperar la situación, precisamente una virtud con la que la vida no me correspondió, la paciencia...

Don Wilson pagó mis frutas, ni me dejó meterme la mano al bolsillo para recoger unas cuantas monedas sueltas que llevaba. Un anfitrión era hasta las últimas consecuencias, se dedicaban a ti durante todo el día colmándote de atenciones y descuidando sus obligaciones, era verdaderamente abrumador. Ya sabíamos de la hospitalidad exagerada en esta zona, pero no dejaba de sorprendernos.

Guárdese sus monedas que hoy le invito yo, ya habrá oportunidad de que usted me complazca, descuide.

Sus ojos se clavaron en los míos y ambos asumimos que ya sabíamos de lo que hablaba…

De vuelta al carro Nuria charlaba alegremente con Luchito, éste le había regalado un funda con toda clase de dulces caseros y era con lo que no paraba de jugar en la manos. Se volvía loca con el dulce, era una autentica apasionada de cualquier repostería, podría pasarse la tarde entera viendo tv enganchada a una bolsita repleta devorándola poco a poco e intentando descubrir sus ingredientes.

¡Mira Nico! ¡Completita la funda! Los ha hecho la señora esta mañana, son con harina, almendra, maní y manjar. Con el brillo en los ojos de una niña Nuria mostraba su tesoro.
Tienen una pinta exquisita. Guárdame algunos, ¡no te los comas todos!, que te conozco.
No la reprenda don Nico, la defendió Luchito, compré también para usted.
¡No tenía usted porque hombre! Pero muchas gracias, a mi también me gusta mucho el dulce y sobre todo el de por aquí, hemos oído mucho y bueno de la repostería casera de esta zona de los andes.
Sí, en la sierra hay mucho pastel rico y mucha variedad. Tiene usted que probarlos todos. Interrumpió don Wilson con apremio para reanudar la marcha, no sin mandarme antes una mirada cómplice.

Durante el trayecto final, solo era unos veinte minutos mas, Nuria engullía los dulces con ansiedad sin parar de elogiarlos, lo que a Luchito le llenaba de satisfacción y  apostillaba con sonrisa de aprobación cada vez que emitía un gemido de placer por morder aquella delicia. Mientras, don Wilson seguía periódicamente acomodándose la entrepierna dirigiéndome una pequeña mirada comprobando que lo observaba.
Si tuve alguna duda sobre las intenciones de don Wilson se me disiparon cinco minutos antes de llegar. En unos de sus arreglos de la pantaloneta y asegurándose antes mirando por el retrovisor para cerciorarse que los de atrás iban entretenidos levantó la parte del muslo de la tela, no sin esfuerzo por la estrechez, dejando visibles sus hermosos testículos junto a una pequeña parte de la ingle, la cual sólo podía ver yo.
Su mirada constató que yo estaba absorto mirando semejante manjar sin pestañear y logró meterse la mano para rascarlos con disimulo.

¡Dulces andinos! Dijo enseñando su hermosa dentadura.
Me fundí con su sonrisa pícara mientras sacaba la mano del paquete tratando de mantener levantada el máximo tiempo posible la tela para que los siguiese mirando.

Habrá que probarlos cuanto antes, pues a Nuria parecen que le gustaron mucho y ella tiene buen paladar. Acerté a comentar para no llamar la atención de los de atrás y comencé a abrir la fundita que Luchito me regaló.

El gesto de aceptación del exhibicionista ante mi discreto comentario me provoco el pensamiento. ¡Ya está! Me dije totalmente convencido de que ese día de una manera u otra tendría un ratito de comer “dulces andinos”. La incógnita era como se iba a presentar la situación. Imaginármela me divertía y me creaba ansiedad. Cuando sabes que el sexo ya es seguro me entra impaciencia por provocar cuanto antes el que surja. Pero no me precipitaría, la experiencia me empezaba a servir de algo.

* Integran la serie Crónicas Andinas: Ecuador




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