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Dulces Andinos (III)*

jueves, 20 de marzo de 2014


Recién pasamos una zona donde dos cataratas artificiales de agua en la orilla de la vía bañaban a varios moradores, los “chorros del Almendral” me dijo mi interlocutor, cuando apareció en medio de una curva hacia la derecha un camino de tierra con una pequeña cadena que impedía el paso.

- ¡Llegamos!. De una forma imperativa don Wilson anunció el final del paseo. Sus palabras funcionaron como un resorte en las posaderas de Luchito, quien sin apenas darme cuenta ya había salido del carro para abrir las cadenas que nos impedían nuestro avance.

Ante nosotros se nos descubrió una extensión de tierra, como unos cuarenta metros, antes de llegar al curso del río que haciendo una cerrada curva rodeaba toda la entrada a la hacienda.
Mi primera impresión fue para descifrar como se entraba al terreno, no vi ningún paso, y efectivamente no existía. El carro llegó a una pequeña duna donde dos grandes árboles caían formando una muy buena sombra, y hasta ahí llegó.
Don Wilson paró el carro y sin perder tiempo emitió un chiflido ensordecedor bajando del coche para avisar de que vinieran a ayudar a cargar toda la cantidad de comida que llevaba en el balde. No solo estaba la fruta y verdura que compramos en Playas, también llevaba grandes pailas y cacerolas, una arroba de arroz, una arroba de mote (maíz blanco), como unos seis pollos, dos jabas de cola, tres de cerveza, dos garrafas de agua… Por la cantidad imaginé que serían como unas veinte personas las que habría trabajando, pero salí de mi error en cuanto Luchito preguntó a su patrón, así lo llamaba, si el arroz y el agua los dejaba directamente en la despensa.
También llevaba comida para pasar un tiempo en la hacienda. Después me comentó Nuria que Luchito se quedaba a pasar un par de semanas allí para seguir controlando la recogida de maíz, del poroto (judías) y las sandías.

Dos muchachos de unos diecisiete o dieciocho años aparecieron por la puerta de la hacienda levantando la mano, nos indicaban que esperáramos y no cargáramos todo pues ellos se encargarían de transportar los víveres para cruzar el río.

Porque sí, para entrar a los dominios de nuestro anfitrión había que mojarse y cruzar el cauce no muy abundante, pero hasta medio muslo nos cubrió por la parte donde cruzamos ya que era la de menos profundidad.
Repleto de plantaciones de maíz a un lado y a otro bordeaba el camino hasta una pequeña caseta, la despensa que decía Luchito que cualquiera confundiría con un guardador de aperos, ahí había provisiones para pasar una buena temporada, pues alcancé a ver mas arrobas de arroz, varias garrafas de agua, bastantes latas de sardinas y atún…
Nuria y yo continuamos el camino absorbiendo todo nuestro entorno con avidez, íbamos los últimos de la comitiva intentando no perder detalle de todo lo que nos rodeaba. Nos encantaba pararnos en cualquier detalle, cualquier nuevo paisaje, cualquier nuevo olor, aunque eso siempre conllevaba retrasarnos del grupo provocando que nuestro anfitrión nos apremiara de vez en cuando comentándonos que teníamos todo el día para enseñarnos el lugar personalmente.
En una pequeña elevación del terreno una construcción casera de adobe rodeada de un porche donde varias hamacas se distribuían aleatoriamente apareció ante nuestros sudorosos rostros, la temperatura era realmente agobiante, tampoco ayudaba que eran las 11.30 de la mañana y el sol estaba en su máximo esplendor.
Nada mas llegar y de forma inerte todos descargamos lo que llevábamos para quitarnos la camiseta, en mi caso particular iba empapado en sudor. Comprobé que los demás iban mucho mas que yo cuando observé a don Wilson realmente regado completamente, Nuria, con su desparpajo habitual y sin acordarse de las limitaciones que aún tienen por aquí las mujeres se desprendió de su camiseta dejando a la luz una especie de brasier deportivo nada escandaloso, pero el hecho de hacerlo dejó incómodos a nuestros acompañantes hasta que lograron acostumbrarse a verla así, pues a “Nu” el que todos la miraran con extrañeza no le afectaba para nada. ¡Alguien tiene que ser la que dé el primer paso para esta estupidez de la sumisión que tiene aquí la mujer, y si tengo que ser yo lo seré, aunque me pongan de “vuelta y media”!, suele decir.

Cuando recuperamos el aliento y nos refrescamos en la pila de al lado de la puerta pude pararme a comprobar detenidamente a don Wilson con solo su pantaloneta dos tallas menos de la que necesitaba.
Robusto es el resumen del estudio exhaustivo que le hice y por supuesto se dio cuenta perfectamente, pero ya ni me importó. Unos hombros fuertes y grandes que rematan en un cuello grueso que le parecía hacer mas pequeño aún de lo que aparentaba, no creo que pasara del 1,62 de estatura, cabeza grande sin apenas pelo, se le notaba que hacía poco tiempo se había arreglado el rapado que lucía.
Un color de piel trigueño oscuro, no negro, que era muy común en las personas de ancestros indígenas. El pecho, perfectamente trabajado pero no en gym, puesto que según nos contó había pasado toda su vida cargando y descargando mercadería de un sitio para otro, contenía un muy poco vello negro que también rodeaban sus pezones carnosos y grandes.
Una barriguita nada escandalosa que no le desproporcionaba en nada su aspecto rudo, al contrario le daba un aire de osazo de peluche que me daban ganas de sobar.
Lo único en lo que no quise fijarme fueron en sus nalgas, pues me parecía muy descarado y vergonzoso delante del grupo que nos acompañaba, aunque varias veces hubo oportunidad y su primera mirada cuando se volteaba hacia nosotros era para mi como pidiéndome opinión. Yo me limitaba a sonreírle dando mi aprobación, no quería joderla, en mi foro interno daba por echo que su rol sería activo y por experiencia sabía que a este tipo de hombres escondidos respecto al sexo gay no le gustaba que les demostraras una actitud dominante o tratándolo de pasivo ante los demás.
En definitiva, un buen espécimen para mi gusto. Pensar que no era un gay declarado me gustaba aún mas. Un tipo de hombre que tiene sexo con hombres esporádicamente sin darle mayor importancia, solo placer. ¡Perfecto!

* Integran la serie Crónicas Andinas: Ecuador




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