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Dulces Andinos (IV)*

jueves, 20 de marzo de 2014

Como a unos doscientos metros se veía como las ramas del maíz iban desapareciendo, los trabajadores iban rápidos y en poco mas de unas horas ya llegarían recolectando hasta la caseta donde nos encontrábamos. Nuria quiso ir cuanto antes a participar en la recogida por lo que siguió a los muchachos que cargaron pues ya se habían ido a proseguir con su labor.

¿Nurita cuando llegues puedes decirle a doña Teresa que venga para hacer el almuerzo?.Don Wilson quiso aprovechar la iniciativa de “Nu” para avisarla pues según se veía no tenía ninguna intención de ir hacia donde se producía la recogida, para eso estaba Luchito.

Luchito necesito para llevarnos veinticinco quintales. Fue la forma de decirle claramente que se fuese a encargar de la supervisión del trabajo.

¿Usted no quiere ir donde los muchachos?. Se dirigió a mí con la esperanza de que dijese que no, lo quise interpretar así.

No patrón. Me tomé la libertad de llamarlo así. Prefiero coger la cámara de fotos e irme a inspeccionar el terreno, esto parece muy grande y bonito. No quiero desaprovechar la oportunidad, yo no soy como Nuria, me parece muy pesado eso de recoger maíz.

Mi contestación pareció agradarle pues surgió una sonrisa de su cara bastante esclarecedora y raudo se levantó de la silla destrozada de madera en la que terminaba de recuperase del esfuerzo anterior para indicarme que la mejor parte y mas bonita era en la zona de la orilla del río, en los terrenos que había detrás de la casa dónde, me explicó brevemente, estaba haciendo desde hace tiempo una especie de estanque desde una entrada que se había hecho de forma natural que recogía agua del caudal del río y por ahora lo utilizaba como abrevadero de los animales que de vez en cuando traía para su engorde.

¿Por este camino tan estrecho?. Le formulé mi duda señalándole el único sendero que se apreciaba.

Sí, luego de un ratito se hace mas ancho y se expande casi al llegar. Cuidado con las ramas del suelo, algunas tienen espinas muy traicioneras. Me advirtió.

- Llevo buen calzado. Ya tenemos experiencia con estos caminos. Le señalé las zapatillas de gran suela que compré en un mercado callejero de Loja.

- ¡Perfecto!. Ahora en cuanto venga doña Teresa y le deje todo arreglado lo acompaño, hay muchas cosas que ver. ¿Llevará sus dulces andinos verdad?, porque yo los míos los llevo. Dijo enseñándome su mejor sonrisa y cogiendose la pantaloneta haciendo el ademán de volver a enseñármelos.

- Estoy deseando probar los suyos, los de mi fundita ya me hostigaron. Si don Wilson pensaba que me iba a avergonzar estaba bastante equivocado, en esos casos tengo salidas para todo.

Cuando ya preparaba mis cosas para empezar mi excursión nuestro anfitrión me dijo que dejara mi bolsa de enseres personales en la casa.

Venga, déjela aquí dentro, así también mira la casa, que con el esfuerzo he sido un malcriado y no les enseñé la sala.

Por supuesto acepté la invitación, sobre todo porque sería la primera oportunidad de quedarme a solas con el en un lugar donde nadie nos podía observar. A ver como actúa. Será una prueba me dije.
Cogiendome de los hombros me dirigió hacia la pequeña sala donde había relativamente poco que ver. Una sola habitación de unos 20 metros cuadrados donde nada mas entrar a la derecha se veía una cama grande y justo al lado un frigorífico de los años 70 que milagrosamente funcionaba, al frente un sofá hecho con troncos viejos y cubierto de las mas variopintas telas de colores donde se asentaba un televisor antiguo de unas 20 pulgadas. Las paredes estaban repletas de ropa vieja que claramente se utilizaban para trabajar.
Mientras me explicaba y señalando las reformas que quería hacer para pasar más tiempo allí su mano había bajado a mi cintura e iba acariciándome suavemente, lo que realmente estaba empezando a excitarme.
En un momento que se adelantó para enseñarme un cuadro antiguo que con orgullo mostraba en la pared se fijó que bajo mi pantalón algo empezaba a despertar, yo no lo disimulé, ya era hora también de mostrar mis cartas.
Sin apenas darle importancia volvió a mi lado pero esta vez su mano sin ningún miramiento fue directo a sobarme una de mis nalgas de una forma dulce pero firme.

- Váyase ya, doña Teresa está a punto de llegar. Ahora seguimos con lo nuestro papazote. Su voz ya se notaba ansiosa y su mano me dio un cachete en la nalga a modo de despedida.

* Integran la serie Crónicas Andinas: Ecuador




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