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Dulces Andinos (I)*

jueves, 20 de marzo de 2014

Nunca me gustó sembrar, ni pasar el día de huerto en huerto recolectando frutos desde mi niñez. Me gusta la vida rural de una forma idílica y contemplativa pero no de forma activa en sus quehaceres diarios, aún así no pude negarme a la invitación de vivir un día de recogida de maíz en la zona de Zapotepamba, en la región sur andina del Ecuador dirección a Macará, ciudad frontera con el Perú.
Me gusta ver ambientes nuevos, cosas nuevas y sobre todo, sitios nuevos. Y más éste, una región calurosa donde se encontraba la hacienda de uno de los primeros conocidos que hicimos al llegar a Catamayo.

Don Wilson Guajala tenía un extraño don para hacer nuevas amistades y nosotros fuimos presas fáciles. Ávidos de conocer gente en nuestro nuevo asentamiento abríamos la puerta a cualquier extraño que nos diese un poco de conversación para ponernos al día del funcionamiento del pueblo. Cotilleo podría ser la palabra, pero realmente necesitábamos empezar a sentirnos cómodos conociendo lo máximo posible del nuevo entorno donde decidimos vivir temporalmente en nuestra larga andadura por Sudamérica.
Con su sonrisa bonachona, que lo hacía familiar, nos convenció de que ya deberíamos descansar un poco de la reforma que estábamos realizando para abrir un pequeño cyber en el que pensábamos trabajar un tiempo para luego venderlo y llegar a Cuenca, lugar donde queríamos asentarnos por un largo tiempo, después de haber recorrido varias ciudades y  pueblos andinos desde Venezuela a Ecuador.
La mezcla de su pequeña estatura junto con lo fornido de sus hombros, su ancho cuello y la piel morena de indígena lo hacían realmente apetecible, mis gustos sexuales siempre fueron preferentemente por gente cuarentona y brutota, aunque era bastante versátil en mis gustos, por lo que no dude en mirar a Nuria y con la mirada decirle: ¡porque no, hoy descansamos, nos vamos a pasar el día fuera!.
“Nu” me conocía demasiado, supo al instante lo que pretendía, y como amante perfecta de la aventura asintió dejando a un lado el cubo de pintura y dirigiéndose a don Wilson le apremió; nos duchamos rápidos y nos vamos. ¡Tardamos el tiempo que se toma una cerveza, sírvasela!.
Los ojos de don Wilson se iluminaron de agradecimiento. Sabíamos que no se desesperaría esperándonos mientras hubiese cerveza en la refrigeradora, y a nosotros cerveza nunca nos faltaba.

Desde la universidad, Nuria Salierta y yo nos hicimos inseparables, coincidíamos en dos clases comunes de nuestras carreras y desde el principio hubo una química rara entre nosotros, nunca fue nada sexual, pues me apresuré desde el comienzo a dejarle claro que yo era homosexual.

¿Y a mi que me importa con quien te acuestes o levantes? ¿Crees que nací ayer?

Su respuesta me dejó helado, era tan directa que me adherí a ella como un lapa hasta el día de hoy, y ya van 9 años que terminamos en la Católica de Murcia y decidimos dejar de lado la monótona vida en España e irnos juntos a recorrer los Andes.

¡Joder Nico, conoces a su mujer y a los críos, es el único amigo que tenemos en el pueblo!, ¡No la jodas!, me chilló mientras se iba quitando la camisa llena de pintura.
Ya, pero si se pone a tiro no lo voy a desaprovechar… ¡está buenote!, y me da que con un par de cervezas este me entra. Tiene algo que me dice que no seré el primero que se la chupe. Además si no hay suerte pues pasamos el día fuera y tomamos algunas fotos, pero creo que un tío con esa pantaloneta dos tallas menos de la suya busca algo. ¿Te has fijado en el paquete?
¿Cómo puedes ser tan frívolo y tan zorra?. Fue su forma de decirme hasta aquí hablo contigo.

“Nu” siempre intentaba que fuese racionalmente normal y eso era superior a mis fuerzas, jamás lo fui y jamás lo sería, además ella tampoco lo era, por eso se me iban los demonios cada vez que intentaba “meterme en vereda”. El sexo para mí era eso, puro sexo, no había nada de sentimientos por el medio, solo placer. Ya llegaría el día en el que me enamorara, pero por suerte o por desgracia aún no había llegado.

Subimos en la Toyota 4x4 blanca doble cabina con olor a nueva, aunque por fuera no daba esa impresión, estaba realmente sucia y recordé que llevaba tres días lloviendo todas las tardes y que realmente era normal ver los carros repletos de barro hasta el fin de semana que es cuando en un acto social entre amigos se juntan a tomar mientras lavan los carros. Obvio es decir que lavar lavan poco, las borracheras de esas reuniones son épicas.
Don Wilson manejaba, Luchito, un hombre entrado en edad pero muy activo y jovial se sentó detrás junto a Nuria, era un picaron acompañante de don Wilson que siempre encontraba motivo para sacarle las cosquillas a “Nu”. Ella le seguía el rollo como dándole posibilidades pero todos sabíamos que si Luchito se propasaba le estamparía toda su mano abierta en la cara, a “Nu” nunca le tembló la mano en ese sentido.
A mi me dejaron como acompañante de conductor, Nuria sabía de mi animadversión de viajar detrás pues me mareo frecuentemente por estas carreteras tan sinuosas de los Andes ecuatorianos. “Flojo de mierda” solía decirme cada vez que teníamos que viajar a Guayaquil en la Cooperativa Loja hasta llegar a Machala, donde ya la carretera se volvía autovía y el viaje se hacía mucho mas corto en llano.
Viajar delante con don Wilson me permitía mirar de reojo sus buenas piernas y el remate en su gran paquete, tan apretado con su pantaloneta azul celeste que daba por echo que tenía que molestarle, por mas que el hombre quisiera, eso no se veía cómodo, y menos para conducir, pero yo estaba encantado de mirarlo y mi morbo comenzó a fantasear sin que el se diese cuenta, o eso pensaba…

* Integran la serie Crónicas Andinas: Ecuador




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